Aunque hoy los aranceles forman parte de cualquier conversación, tertulia o análisis, existe una elevada confusión sobre lo que realmente son y qué implican. Los aranceles son un impuesto a las importaciones que realiza un país, siendo el importador el obligado a pagar dicho impuesto. En el caso de los aranceles anunciados por Trump, son un impuesto a los hogares y empresas estadounidenses.
Pongamos el caso de un producto final, como unas zapatillas de marca fabricadas en Vietnam, cuyo precio de importación son 100 dólares. A dicho precio se le aplica un arancel del 25% que debe ser pagado por el importador. El importador estadounidense tiene distintas opciones:
En definitiva, los aranceles impuestos por Trump a las importaciones son un impuesto a las familias y las empresas estadounidenses sobre los bienes importados. Dependiendo del producto importado, dicho impuesto acabará afectando en distinta medida al fabricante exportador, a la empresa importadora o al consumidor final.
Cabe recordar que muchas empresas estadounidenses hace décadas que fabrican en Asia y “exportan” a Estados Unidos, entre ellas: Apple, Nike, Dell, Intel, Cisco, HP, Levi Strauss, Gap, Under Armour, Amazon, Walmart o Home Depot. Algunas lo hacen a través de filiales y otras, como los grandes almacenes o Amazon, a través de acuerdos estratégicos con fabricantes casi imposibles de replicar en Estados Unidos. Cada una de estas empresas tiene que decidir si reduce sus márgenes asumiendo el arancel y manteniendo los precios de venta o si, por el contrario, traslada el Impuesto del arancel a los precios de venta. Cada empresa igualmente analizará si le conviene trasladar la producción a otro país, o incluso a EE. UU. Cualquier movimiento de este tipo lleva tiempo, no es inmediato y exige elevadas inversiones.
De momento la UE ha actuado de forma inteligente, intentando negociar y no replicando con aranceles a las importaciones de productos de Estados Unidos. Los aranceles aplicados por EE. UU. a los productos europeos, de no ser reducidos o renegociados, mermarán los beneficios de las empresas europeas que exportan a Estados Unidos, o incluso provocará el traslado de producción desde Europa a EE. UU. Este movimiento ya está siendo analizado por empresas como Mercedes Benz y Volvo.
La eventual represalia europea de más aranceles a los productos de EE. UU. importados por Europa solo serviría para imponer un nuevo impuesto a los hogares y empresas europeas y perjudicar a la tambaleante economía europea. Ante un daño provocado por la decisión unilateral de Trump de imponer aranceles arbitrarios, causando un daño a las empresas europeas exportadoras, no debería seguirle un daño adicional por la imposición de un impuesto a las importaciones vía la subida de aranceles.
A estas alturas está claro que Trump utiliza el anuncio de elevados aranceles como amenaza, o chantaje, para negociar cuestiones que no solo tienen que ver con el comercio bilateral. Parece casi inevitable que Europa, entre otras medidas, se vea obligada a comprar más gas y petróleo estadounidense, además de destinar una cantidad considerable de los 800.000 millones destinados a defensa a material de Estados Unidos.
Lo peor para la economía mundial es la incertidumbre actual hasta que se llegue a una situación negociada y estable de aranceles. A pesar de contar con una pausa de 90 días, seguimos en una delicada economía de “esperar y ver”.